jueves, 4 de junio de 2015

Capítulo XXI: Susurros

Escuela Nuestra Señora de Monte Grande
Literatura
5to Ciencias Sociales.


Susurros





Por: Georgina Nataly Oviedo
Profesora: Fernanda González Santoro

Ciclo Lectivo 2015




Un desierto desolado, esa era la comparación perfecta.
Un vacío que cada vez se hacía más y más grande. El eco retumbaba entre las cuatro paredes, que eran invadidas por el sonido del silencio. El alba y el ocaso no se distinguían, porque su luz era evitada por una persiana que nunca era abierta. En esa nada, en ese mismo desierto que acompañaba cada despertar durante la Irlanda de pleno siglo XXI, me encontraba yo.

Me presento: Mi nombre es Calvin. Antes de empezar a contar lo que soy, prefiero decir lo que no soy: Yo no soy normal. Cuando tenía 15 años, una tragedia invadió mi familia. Perdí a mi padre en un accidente. Seguido de eso, caí en una profunda depresión del tamaño del universo mismo, con un daño colateral tan grande que no pude evitar; el suicidio. Para mi suerte, mi madre había llegado justo a tiempo y lo único que quedó como recuerdo de ese día fueron pequeñas marcas en mis muñecas. A partir de ese día, algo me impidió volver a ser el mismo. Ni todos los psicólogos del país, pudieron ayudarme. Me volví alguien frío, sin sentimientos, incapaz de sentir empatía, consideración. Se me formó un iceberg que reemplazó mi corazón. Para mí, fue imposible volver a sentir amor.
Ya cumplí 19 años. A los 16 decidí dejar el colegio, no soportaba más tantas miradas sobre mí, expresando lástima y desprecio por el pobre chico suicida. Comencé a trabajar en una casa de instrumentos musicales, pero era el único lugar al que iba exceptuando el desierto al que consideraba hogar. Mi madre se había casado con otro hombre, un idiota que se vestía de traje. Para su suerte, pudo superar el trauma de la muerte de mi padre, pero ya nunca más la vi como antes.
Decidí encerrarme y empecé a vivir en el garage. Ese fue mi nuevo desierto, mi nueva nada. Todos en el vecindario conocían la historia de Calvin, el pobre chico abandonado. No hablaba ni saludaba a nadie. Estaba solo.

En el medio de ésta soledad, de este agujero negro que me consumía, un día pude distinguir una chispa de luz. Apareció la mañana de un 21 de Agosto.
Al escuchar el sonido de la puerta, tendí a dejar lo que estaba haciendo e ir a atender, sin muchas ganas que digamos. Mis ojos se encontraron con los suyos; una adorable mirada cálida, adornada con una pequeña pizca de pecas debajo de sus hermosos cristales café. Pude distinguir una sonrisa tímida que se expresaba en sus labios y su rostro se escondía tras un par de lentes. Estaba bien vestida, con tenía un toque retro e informal, cosa que me agradó. Estaba anonadado por lo que veía. Aquel destello de luz tenía nombre, Sofia.
Venía a buscar la guitarra de su novio. Si, tenía novio. Cosa que me produjo una amargura que provocó la necesidad de sacarla de mi vista. Le entregué el instrumento, le cobré el arreglo y me despedí. Pensé que nunca jamás en la vida volvería  verla. Esperaba que hubiese sido así.
Esa noche, volviendo del trabajo, pasé por el mercado a comprar unas latas de cerveza.
Al volver, escuché a alguien que lloraba. Era extraño que alguna persona estuviese en plena calle a esas horas. El llanto era leve, se escuchaba como un susurro.
Nunca fui curioso ni nada por el estilo, pero pude visualizar de lejos una silueta, de la cual parecía surgir el llanto. Para mi sorpresa, volví a encontrarme con ella. Era Sofía, sentada en el cordón de la calle, iluminada por la luna llena de esa noche, invadida por la escarcha. Dudé si acercarme o no, pero algo me impulsó a hacerlo. Con el tono  más agradable que se me pudo haber ocurrido, me digné a expresar un “Hola”. Ella me miró, algo desconfiada, pero a la vez expresando confianza. Aquella leve sonrisa volvió a aparecer, provocando una chispa de calor que nunca había sentido antes.
Me senté junto a ella. No sabía si temblaba de frío o por miedo a que la lastimase.
Acto seguido, le ofrecí mi campera y, ella la aceptó sin problema. Me atreví a preguntarle por qué lloraba; había dudado en contestar, pero aún así lo hizo: Su novio la había.
Era extraño como su voz me sonaba tan especial, pero no lograba entender por qué.

Una ráfaga de viento nos había invadido e hizo que volviera a encontrarme con sus ojos. Tan hermosos. Tanta paz me transmitían. Le pregunté por sus padres, y ella no supo qué contestarme. Se produjo un silencio de un minuto.
Lentamente, se acercó a mi oído y en sus susurros me hablaba, diciendo: “No tengo adónde ir ¿Puedo quedarme con vos?”. No pude evitar preguntarle, ¿por qué tendía a preguntarme eso pero tan en secreto?. Ella respondió “no quiero que nos escuchen”.
No comprendía nada de lo que estaba pasando. ¿De quién estaba hablando? ¿Quién no quería que la escuchase?. Demasiadas dudas aparecían en mi mente.
Hacía demasiado frío y, por su cara, no tenía el ánimo para que la invadiera con tantas preguntas. Simplemente, dije que sí.
Para su suerte (Y la mía), solo estábamos a una cuadra de mi garage, mi tan vacío desierto. No tenía mucho que ofrecerle, más que las cervezas que recién había comprado. No quiso beber nada. Le entregué una frazada y me digné a encender el pequeño caloventor que tenía junto a mi cama.
Sofía permanecía callada y yo no podía evitar mi impaciencia de preguntar cosas. Necesitaba conocerla. Descifrar el acertijo de sus susurros que ocupaban toda mi mente. Descubrir el origen de esa mirada que derretía el iceberg que encerraba mi corazón. ¿Me gutaba? ¿Cómo era posible? ¿Estaba enamorado de alguien sobre la cual no sabía más que su nombre?. No lo sabía.
Me senté junto a ella, podía sentir su presencia fría. Le pregunté cómo estaba, pero no respondió. Otra vez, un silencio invadió el momento, pero era interrumpido por las goteras que había en el techo.
Ella recostó su cabeza en mi hombro.
Estaba confundido. No sabía qué hacer… qué  sentir. ¿Por qué estaba pasando todo ésto?

Sofía inclinó su boca hacia mi oído y volvió a emitir un susurro “Yo sé quién sos, Calvin. Vos sos un chico bueno y no te dejes llevar por el pasado. Tu padre está orgulloso”.
¿Qué diablos había sido eso? ¿Como pudo saber mi nombre, si nunca se lo dije? o peor aún ¿Como sabía lo de mi padre?. Me aparté de ella, algo asustado. Pero su mirada volvió a cruzarse con la mía. Extrañamente, ya no sentía miedo.
Integridad perfecta. Minuciosamente bella. Desprevenido, había caído en el abismo de sus ojos. Como una fuerza magnética, su mano rozó la mía. Se sentía fría, tanto como su rostro. Volvió a mirarme y se posó a un centímetro de mis labios. Con voz suave, expresando una mueca con una sonrisa en su rostro pálido adornado con pecas, susurró: “Bésame”

Yo, el famoso chico suicida, nunca había sido aceptado por nadie. Ni menos, por las chicas. Había decidido dejar el colegio porque ya no soportaba aquella barbarie representada por los compañeros de mi salón… y todas las personas de la institución. Aquello era desgracia, pena, dolor, desesperanza...desilusión. Todo cambió con la presencia de Sofía.
Nunca antes había besado a nadie. Ella fue la primera.
En un abrir y cerrar de ojos, se hizo de día. Para mi sorpresa, había desaparecido. La televisión estaba con el volumen en silencio. Yo no recordaba haberla encendido en ningún momento.
Me levanté de la cama y le subí para escuchar las noticias.

En ese momento, una sensación horrible estaba invadiendo mi cuerpo. No podía entender lo que estaba pasando. En las noticias apareció la foto de Sofía, que había sido encontrada muerta en su casa hacía 5 días- ¡CINCO DÍAS!
¿Cómo podía ser eso posible? Según el periodista, se trataba de un suicidio. ¿Qué significaba? ¿A quién había besado la noche anterior? ¿Acaso había sido un sueño?
No, no podía serlo. Era real, yo la besé. Acaricié su rostro, escuché lo que me dijo. Cada palabra en forma de susurro. Claramente. ¿Dónde estás, Sofía?

La ira invade mi cuerpo y la desesperación se expande. Necesito volver a verte. Cuento esta historia en forma de testimonio, para que todos me recuerden con éste final. Me encuentro en los bordes de los acantilados rocosos de Dublín, a orillas del castillo de la Reina Mérida. Éstas son mis últimas palabras: No voy a perder el rastro de sus susurros. Necesito estar con ella para siempre. Encontrarme con sus ojos, en la constelación de pecas que adornan su mirada. Y si ella está en otro mundo, la encontraré junto a mi padre.
Aquí se despide Calvin, el chico suicida. Rechazado por todos, ignorado por su madre. Enamorado de un supuesto fantasma. Hoy, 22 de Agosto de andá a saber qué año, decidió morir al fin.